Los médicos prefieren Portugal
Sueldos más altos y el respeto de los pacientes los retienen en el país vecino
Hace unas semanas, el ministro de Sanidad, Bernat Soria, afirmó que en España faltan médicos españoles. Si entra en un hospital o en un ambulatorio cualquiera de Portugal, puede apostar a que encontrará alguno. En este momento hay cerca de 1.700 españoles ejerciendo al otro lado de la frontera.
Hace unas semanas, el ministro de Sanidad, Bernat Soria, afirmó que en España faltan médicos españoles. Si entra en un hospital o en un ambulatorio cualquiera de Portugal, puede apostar a que encontrará alguno. En este momento hay cerca de 1.700 españoles ejerciendo al otro lado de la frontera.
La emigración de facultativos comenzó a finales de los años noventa
Herrero y Campillo tienen ya dos hijos portugueses, y no piensan volver
Herrero y Campillo tienen ya dos hijos portugueses, y no piensan volver
El éxodo de médicos comenzó a finales de los años noventa. En el Algarve, la presencia hispana alcanza cotas superiores al 20%. En las urgencias de Ponte de Lima, de 16 médicos, 14 son españoles. En el distrito de Viana de Castelo son un 23,6% (57 de 242). Y aunque algunos han vuelto (sobre todo gallegos, porque Galicia sacó hace unos meses 2.461 plazas a concurso), el resto es reacio. Si el ministro les pide que regresen, la mayoría dirá que no.
Primero le contarán oscuras historias sobre su experiencia española. Unos huyeron por "la falta absoluta de oportunidades"; otros se fueron "hartos de un sistema totalmente perverso y cerrado"; alguno más le hablará de "agresiones de los pacientes y unas condiciones laborales de semiesclavitud". "¿Volver yo? ¡Ni hablar! Aquí estamos muy contentos", dice Ana Herrero, de 38 años, neuróloga en el Hospital Amadora-Sintra, a las afueras de Lisboa. Herrero llegó hace cinco años con su marido, José Mera Campillo, también médico.
"Vinimos porque en Madrid teníamos unas condiciones laborales infames", cuentan. "Yo empecé con una beca de un laboratorio de Farmaindustria en el Clínico de Madrid", dice él. "Ganaba 900 euros, hacía trabajos de senior y no tenía contrato ni Seguridad Social".
Tras un año "muy duro" de adaptación en el Hospital San José de Lisboa -"las urgencias parecían la guerra"-, los dos encontraron trabajo en Amadora. Hoy, tienen dos hijos portugueses, de tres y un año, y no piensan ni remotamente en moverse. "No me veo volviendo", dice Herrero. "Cobro lo mismo que en España o quizá un poco más, pero no hago noches", afirma. Saben que tienen suerte. Amadora-Sintra es uno de los mejores hospitales de Portugal. En él trabajan 20 médicos españoles. Aunque las listas de espera superan en diez veces a las españolas, no lo ven como una desventaja: "Hay posibilidad de hacer horas extra, y se cobran aparte y mejor que en España", dice Campillo.
Rosario Pazos, coruñesa de Peisaco, tiene 37 años, es especialista en enfermedades infecto-contagiosas y lleva cinco años en Lisboa. "Mi pasión son las infectos, y ésta es una zona muy deprimida con mucha inmigración africana", cuenta. "Es como trabajar en África, pero con medios. Son gente estupenda, vinieron a buscarse la vida y no tienen nada. Aprendes mucho con ellos. La ironía es que les damos retrovirales que valen 2.000 euros y no tienen ni para comer". Su historia se parece mucho a la de otros emigrantes con bata: "Hice el MIR en el Ramón y Cajal [Madrid], y cuando acabé no había curro en lo mío", explica. "Busqué durante seis meses, pero sólo salían guardias y me harté. Tenía 30 años. Cuando vi que no me iba a comer un rosco, miré en Internet. Mandé el currículo y a los tres días me llamaron". "¿Por qué faltan médicos aquí? Hay pocas universidades y el colegio de médicos está encantado", explica Campillo. "Son pocos y tienen mucho poder", añade Herrero. "Y tratan de mantener su élite apretando en el numerus clausus", dice Pazos.
Los recuerdos de los españoles sobre el sistema de salud que dejaron atrás son sorprendentes. Si no fuera por la bata, sería difícil distinguir si hablan del sector sanitario o de la construcción. Según Campillo, "la política de universidades y de plazas ha sido una chapuza total. Independientemente del color político, las comunidades autónomas han montado sus reinos de Taifas y no hay movilidad".
Ricardo Ginestal, de 35 años, prefirió ahorrarse la experiencia de trabajar becado por un laboratorio. "Me ofrecieron una beca de párkinson en Sevilla. Consiste en ser el chico para todo de un médico célebre. Lo paga la industria. Y lo que en teoría sirve para terminar tu tesis doctoral, en realidad consiste en tratar pacientes a destajo".
Ginestal renunció a una segunda oferta, una suplencia de verano. Y se hizo médico de empresa. Sólo duró unos meses. Ahora está encantado con su jefe. "Es para sacarlo a hombros, me recomienda que vaya a congresos, hago lo que me gusta, no me controla y me mete en ensayos clínicos que te pagan más". "Me gustaría volver a España, pero veo muy difícil que allí encuentre lo que tengo aquí. Soy adjunto, tenemos el reconocimiento que allí nos niegan. Aquí ni siquiera han editado la Guía de reacción a agresiones".
Como muchos otros compatriotas expatriados a Portugal, los médicos españoles todavía no han matriculado sus coches, pero se sienten integrados. Y el sentimiento es mutuo: "Son trabajadores cinco estrellas, tienen mucho sentido del deber", dice Helena Cardoso, enfermera del servicio de Neurología. "Y no hay choque cultural, aunque a veces sueltan algún taco".
Primero le contarán oscuras historias sobre su experiencia española. Unos huyeron por "la falta absoluta de oportunidades"; otros se fueron "hartos de un sistema totalmente perverso y cerrado"; alguno más le hablará de "agresiones de los pacientes y unas condiciones laborales de semiesclavitud". "¿Volver yo? ¡Ni hablar! Aquí estamos muy contentos", dice Ana Herrero, de 38 años, neuróloga en el Hospital Amadora-Sintra, a las afueras de Lisboa. Herrero llegó hace cinco años con su marido, José Mera Campillo, también médico.
"Vinimos porque en Madrid teníamos unas condiciones laborales infames", cuentan. "Yo empecé con una beca de un laboratorio de Farmaindustria en el Clínico de Madrid", dice él. "Ganaba 900 euros, hacía trabajos de senior y no tenía contrato ni Seguridad Social".
Tras un año "muy duro" de adaptación en el Hospital San José de Lisboa -"las urgencias parecían la guerra"-, los dos encontraron trabajo en Amadora. Hoy, tienen dos hijos portugueses, de tres y un año, y no piensan ni remotamente en moverse. "No me veo volviendo", dice Herrero. "Cobro lo mismo que en España o quizá un poco más, pero no hago noches", afirma. Saben que tienen suerte. Amadora-Sintra es uno de los mejores hospitales de Portugal. En él trabajan 20 médicos españoles. Aunque las listas de espera superan en diez veces a las españolas, no lo ven como una desventaja: "Hay posibilidad de hacer horas extra, y se cobran aparte y mejor que en España", dice Campillo.
Rosario Pazos, coruñesa de Peisaco, tiene 37 años, es especialista en enfermedades infecto-contagiosas y lleva cinco años en Lisboa. "Mi pasión son las infectos, y ésta es una zona muy deprimida con mucha inmigración africana", cuenta. "Es como trabajar en África, pero con medios. Son gente estupenda, vinieron a buscarse la vida y no tienen nada. Aprendes mucho con ellos. La ironía es que les damos retrovirales que valen 2.000 euros y no tienen ni para comer". Su historia se parece mucho a la de otros emigrantes con bata: "Hice el MIR en el Ramón y Cajal [Madrid], y cuando acabé no había curro en lo mío", explica. "Busqué durante seis meses, pero sólo salían guardias y me harté. Tenía 30 años. Cuando vi que no me iba a comer un rosco, miré en Internet. Mandé el currículo y a los tres días me llamaron". "¿Por qué faltan médicos aquí? Hay pocas universidades y el colegio de médicos está encantado", explica Campillo. "Son pocos y tienen mucho poder", añade Herrero. "Y tratan de mantener su élite apretando en el numerus clausus", dice Pazos.
Los recuerdos de los españoles sobre el sistema de salud que dejaron atrás son sorprendentes. Si no fuera por la bata, sería difícil distinguir si hablan del sector sanitario o de la construcción. Según Campillo, "la política de universidades y de plazas ha sido una chapuza total. Independientemente del color político, las comunidades autónomas han montado sus reinos de Taifas y no hay movilidad".
Ricardo Ginestal, de 35 años, prefirió ahorrarse la experiencia de trabajar becado por un laboratorio. "Me ofrecieron una beca de párkinson en Sevilla. Consiste en ser el chico para todo de un médico célebre. Lo paga la industria. Y lo que en teoría sirve para terminar tu tesis doctoral, en realidad consiste en tratar pacientes a destajo".
Ginestal renunció a una segunda oferta, una suplencia de verano. Y se hizo médico de empresa. Sólo duró unos meses. Ahora está encantado con su jefe. "Es para sacarlo a hombros, me recomienda que vaya a congresos, hago lo que me gusta, no me controla y me mete en ensayos clínicos que te pagan más". "Me gustaría volver a España, pero veo muy difícil que allí encuentre lo que tengo aquí. Soy adjunto, tenemos el reconocimiento que allí nos niegan. Aquí ni siquiera han editado la Guía de reacción a agresiones".
Como muchos otros compatriotas expatriados a Portugal, los médicos españoles todavía no han matriculado sus coches, pero se sienten integrados. Y el sentimiento es mutuo: "Son trabajadores cinco estrellas, tienen mucho sentido del deber", dice Helena Cardoso, enfermera del servicio de Neurología. "Y no hay choque cultural, aunque a veces sueltan algún taco".
Calidad y formación
El chiquitín del grupo de españoles que trabajan en el Hospital Amadora, en las afueras de Lisboa, es David Pacheco, canario de 31 años. Pacheco está haciendo el periodo de Médico Interno residente (MIR), los años que los médicos tienen que cursar en un hospital para conseguir el título de especialista. Él ha elegido la especialización de Cirugía.
Pacheco llegó a Portugal en 2003. En la Universidad de Lleida, "todos manejaban esta alternativa". "El MIR aquí es más sencillo, sólo hay cinco asignaturas. Por un lado te pagan mejor, casi el doble que en España, y además te permiten tener algún acceso a la privada como médico interno [lo que da más experiencia y más dinero], cosa que allí tampoco pasa".
Pacheco cree además que "la formación portuguesa es mejor que la española, más pragmática y continua". "Hacemos 50 o 60 cirugías al año y va subiendo la dificultad", dice. ¿Y cuando acabe el MIR? "Si no sale algo en Canarias, aquí me quedo".
La calidad formativa es sólo parte del atractivo que ejerce Portugal sobre los médicos españoles. Los ingresos, iguales o incluso superiores a los que recibirían en España, con la ventaja de que es un país más barato, es otro.
Además, "los pacientes son encantadores, a veces nos regalan conejos y hortalizas. El jefe delega en nosotros y nos ayuda y promociona. Aquí sentimos respeto y tenemos una carrera profesional por delante; en España no teníamos nada de eso", dice Ana Herrero.
Pacheco llegó a Portugal en 2003. En la Universidad de Lleida, "todos manejaban esta alternativa". "El MIR aquí es más sencillo, sólo hay cinco asignaturas. Por un lado te pagan mejor, casi el doble que en España, y además te permiten tener algún acceso a la privada como médico interno [lo que da más experiencia y más dinero], cosa que allí tampoco pasa".
Pacheco cree además que "la formación portuguesa es mejor que la española, más pragmática y continua". "Hacemos 50 o 60 cirugías al año y va subiendo la dificultad", dice. ¿Y cuando acabe el MIR? "Si no sale algo en Canarias, aquí me quedo".
La calidad formativa es sólo parte del atractivo que ejerce Portugal sobre los médicos españoles. Los ingresos, iguales o incluso superiores a los que recibirían en España, con la ventaja de que es un país más barato, es otro.
Además, "los pacientes son encantadores, a veces nos regalan conejos y hortalizas. El jefe delega en nosotros y nos ayuda y promociona. Aquí sentimos respeto y tenemos una carrera profesional por delante; en España no teníamos nada de eso", dice Ana Herrero.
Miguel Mora, El País, 15.11.07
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